lunes, 3 de febrero de 2014

DIOS MIO, DIOS MIO ¿POR QUÉ LE HEMOS ABANDONADO?



Es sorprendente como el mundo católico lleno de alegría por recibir al nuevo Pontífice ha pasado por alto un hecho que a nuestro entender es, como poco, alarmante; y precisamente por eso escribimos este artículo para tratar de tocar las conciencias de los fieles católicos para que jamás se vuelva a repetir ni a permitir lo que se ha vivido este año.
Sí, queridos hermanos, estamos hablando de la injusticia que Su Santidad Benedicto XVI ha tenido que sufrir incluso desde antes de su Pontificado, durante el tiempo del mismo, y que ha culminado con su renuncia.
Cierto es que la elección de un nuevo Pontífice siempre llena de alegría todas las almas devotas, entre las que nos incluimos, pero esta vez, había algo que todo el mundo olvido demasiado rápido: ¡Benedicto XVI había renunciado!  Algo inaudito que, por mucho que digan, jamás se ha dado en la historia en las circunstancias que todo esto ha sucedido.
A todos nos ha cogido por sorpresa esta noticia, y aun después de estos meses cuesta recordar ese momento de la historia de la Iglesia. Y precisamente por eso, hoy quisiéramos pedir que todos los católicos -y aún no católicos- hagan memoria y analicen sus conciencias, porque muy fácilmente olvidamos cuando no nos conviene recordar.

¿Qué ha sucedido durante todo el pontificado de S.S. Benedicto XVI?
Pues comenzaremos desde el principio: los días previos a su elección.
El mundo conmocionado por la muerte de Su Santidad el ahora beato Juan Pablo II, no cesaba de mirar con recelos al por el momento Cardenal Ratzinger  ante la posibilidad de su  elección, ya que su carrera como Teólogo y hombre de fe era sobresaliente y tenía todas las papeletas de ser elegido.
Los apelativos no tardaron en llegar, e incluso antes de que el mundo viese salir al Balcón de la Plaza de San Pedro al nuevo Pontífice, ya estaban criticándole en todos los medios de comunicación y centrando su atención, no en aplaudir al nuevo Pontífice, sino en afirmar que fuese como fuese e hiciese lo que hiciese no le iba a llegar a su predecesor  “ni a la suela de los zapatos” y que “a ver si no duraba mucho y solo era un papa de transición”.

Que Dios me perdone, pero el hecho de atreverse a hacer esta clase de afirmaciones no tiene calificativo posible, y sin embargo,  el mundo católico calló y pasó por alto estas aberraciones como parte del duelo por el fallecimiento del gran Juan Pablo II.
Sin embargo, con el paso de los días se vio que algo atípico estaba pasando en torno a la figura de Benedicto.

Los medios de comunicación, que por supuesto acabaron manipulando la opinión social global, no dejaron de acusarle durante todo su pontificado con toda clase de calumnias por multitud de escándalos, gritando su dimisión y hasta llegando a amenazarlo con llevarlo a los tribunales.
Siguiendo el ejemplo del Buen Pastor, Benedicto dio la cara defendiendo a toda la Iglesia y cargando sobre él la responsabilidad de actos que a mala fe fueron hechos por enemigos de la Iglesia.
Y los que en otro tiempo se hubieran levantado con tal de que el Sumo Pontífice no sufriese daño alguno, sus propios hermanos de dentro de la Iglesia católica entre los que nos debemos incluir todos nosotros le abandonamos. Las opiniones pasaron a ser extremistas: o bien se acusaba de manera abierta a Benedicto XVI o bien se permanecía en silencio. Pocas voces se escucharon que le defendiesen. Y como había pasado con Cristo en su momento, ante la prueba todos le abandonamos, y dejamos así, solo y vendido en manos del enemigo al que era el representante de Cristo y custodio de su Santa Iglesia.

Desde el principio del pontificado, Benedicto XVI no cesó de hablar de los enemigos de la Iglesia, que estaban atacándola y que teníamos que dar la cara por ella, que se habían infiltrado incluso dentro de sus filas y que no cesásemos de pedir al Señor por el bien de la Santa Iglesia tan gravemente amenazada…
¿Quién le escuchó? Nadie. Todos estaban distraídos pidiendo que “rodara su cabeza” y su dimisión inmediata. Su rechazo llegó incluso desde la propia política internacional, subvencionando movimientos como aquel paralelo a la JMJ en Madrid con aquel detestable “Benedicto: yo no te espero”, y las manifestaciones ateas a lo largo y ancho de este mundo que desplegaban pancartas ridiculizando y amenazando al Santo Padre.

El escándalo Vatileaks sacó al público lo que Benedicto XVI había afirmado en muchas ocasiones: la presencia de enemigos en las filas de la Iglesia Católica que estaban tratando de socavar sus cimientos desde dentro, y sin embargo, la opinión pública, en lugar de abrir los ojos a la verdad, culpó al Pontífice de lo sucedido y con toda clase de calumnias aprovecharon para añadir peso sobre la cruz que apenas podía ya soportar y que no le correspondía cargar, ya que era inocente.
Después de varios años sufriendo una cruz que jamás debía haber cargado solo, con el anuncio de su renuncia, realizada del modo más humilde y sincero, manteniendo en silencio todo su dolor, pero expresándolo por sus lágrimas, se podría haber esperado un poco más de piedad cara a su persona, pero en lugar de apoyarle, de animarle y de permanecer a su lado, el mundo que jamás le abrió el corazón, lo dejo ir sin más, sin preguntas, sin cuestionamientos. Al contrario, la única alabanza que este Gran Siervo de Dios tuvo en su vida pública ha sido esta: el mundo aplaudió su renuncia.
Muchos afirmaron en su momento que parecía que había una conspiración en su contra, pero se pensó que estos ataques tan bien coordinados iban destinados únicamente a destruir a la Iglesia Católica en general, pero a día de hoy todo lo sucedido da mucho que pensar.

Al contemplar a todos los medios de comunicación volcados en aplaudir hasta el último detalle de Francisco I aun antes de que hiciese nada, mientras que Benedicto XVI fue martirizado en vida y relegado al olvido en una habitación perdida del fondo del Vaticano, un pesar invade nuestra alma.
¿Por qué se ha cometido tal injusticia? ¿Por qué hemos permanecido en silencio?
Mientras fue cardenal, nadie se ha alzado a denunciar las injurias que padecía un Ministro de Cristo, mientras fue Papa, nadie se ha levantado a defender de las calumnias al mismísimo Vicario de Cristo, y ahora, que ha sido relegado en su ancianidad al olvido, nadie le recuerda. Sin duda, un día se nos pedirá cuentas de todo lo acontecido, porque todos, todos y cada uno de nosotros, le hemos dejado solo.

Recemos por él y no permitamos que esta escena vuelva a repetirse.

Tomado del blog Cruzada por Cristo

2 comentarios:

  1. ¿Si el sedevacantismo es una conclusion teologica no condenada por la higlesia ni heretica, por que ud se declara anti y lo muestra como un atribito?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Porque sabemos que los que nos vendrán a leer son personas venidas del neoconservadurismo eclesial. El neocon promedio discípulo de Bermúdez y LFPB cree que cualquier comentario en contra del status quo neocon y cualquier defensa de Monseñor Marcel Lefebvre es entendida como sedevacantismo. Se entiende?

      Eliminar